
Con el gato no somos muy camorreros que digamos. Las veces que nos hemos agarrado de las mechas han sido situaciones puntuales que nos han servido para aclarar nuestros puntos de vista sobre varias cosas. (Suena piola escrito pero cuando una anda enrabiá y el otro no entiende lo que una quiere decir es harto apestoso).
Me acuerdo cuando lo conocí: me gustó al tiro. Claro que yo andaba en onda “soy entera bacán y no necesito a nadie” por eso primero fuimos amigos y hablábamos de música y el gato como buen géminis maneja mucha información que me marea y como es desconfiando tanteó terreno pa’ cachar si yo era media trastorná o la pulenta que soy entera bacán.
Lo más loco de todo es que a medida que pasaba el tiempo y lo conocía más y salíamos a puros carretes con amigos más me gustaba, pero estaba segura que de amigos nomás porque yo no cachaba que yo le gustara. Obvio que después supe que es mega desconfiado y que puro me estaba observando.
Una de las cosas que más me enamoró del gato fue su forma de ser: caballero, respetuoso, curto, rockero (que no escuche la fm2 por ejemplo), con una bonita familia, su sonrisa y su poto. Sipoh, el gato tiene su guen poto y yo siempre se lo sapeaba. Ahora le puedo correr mano a destajo por suerte.
Antes yo pensaba que tenía mala suerte en el amor y así se lo dije a una señora una vez que conversábamos, y ella me dijo que lo tomara como un aprendizaje, no como algo negativo. Más que la onda del vaso medio lleno y la gueá, le hice caso. Porque si tuve puros breas al lado mío antes es total y absolutamente mi responsabilidad. Siempre supe cómo eran cada uno de ellos, con sus gueas apestosas y sus trancas peores y otras cosas que no me acordaré porque para qué acordarme de asquerosidades, el punto al que voy es que todo eso me sirvió para autovalorarme y decir: esto ni cagando lo aguanto, esto no me gusta, métete a tal pariente por la raja, por poner unos ejemplos nomás.
Y ahora que de verdad me siento muy feliz en mi vida, con pocas gueas materiales como siempre nomás porque la pulenta que no necesito ni pulenta tele ni pulento teléfono ni el más bacán de los autos para sentirme plena (y con esto no estoy atacando a nadie pa’ que no se me sientan los buenos para comprar gueas y creerse eso de los comerciales en la tele, cada uno hace lo que quiere con sus moneas o calillas) miro al gato mientras toca quena, guarda mis libros para el próximo cambio de casa que se viene, cocina alguna receta de su abuelita-mamá con todo su torpe empeño, ve mis fotos de niña y me dice que quisiera tener una niña igual a mi, que lo único que debo hacer cada vez que me levanto es dar las gracias por ser tan afortunada, y haberme dado cuenta de mi misma.
Les dejo un cuento budista entero bacán. Y de todas mangueras, yo soy el café (me costó, pero lo soy).
Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro. Su padre, un cocinero, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra. La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un recipiente. Sacó los huevos y los colocó en otro. Coló el café y lo puso en un tercer recipiente. Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿qué ves?". "Zanahorias, huevos y café", fue su respuesta. La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma. Humildemente la hija preguntó: "¿Qué significa esto, padre?". Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: ¡agua hirviendo!, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua siendo fuerte y dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua siendo frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua. "¿Cual eres tú?", le preguntó a su hija. "Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿Cómo respondes? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"
Yao los vemos.